A mediados del s.
XVIII, siendo rey de las Españas el tercero de la Casa de Borbón, Fernando VI,
años de reformas del Marques de la Ensenada, años de paz y rivalidad latente
con las potencias europeas, cuando corría el año de 1755, en la mañana del
sábado, uno de noviembre (Día de Todos los Santos) se produce uno de los
mayores desastres naturales de la Península Ibérica, el conocido como “Terremoto
de Lisboa”; originado por la fricción de las placas tectónicas Africana y
Euroasiática; el movimiento sísmico y
consiguiente sunami afectaron de forma singular a la capital lusa y a
las costas atlánticas de Portugal y España, pero poblaciones de tierras adentro
también sufrieron sus consecuencias.
Ante la magnitud
de los acontecimientos el rey, Fernando VI, que había vivido en primera persona
los hechos, por su matrimonio con Bárbara de Braganza, se enviaron víveres a
Lisboa y para conocer el alcance del suceso en España, ordenó al Consejo de
Castilla realizase un informe, para lo cual se confeccionó una encuesta de ocho
preguntas que se remitió a las capitales y poblaciones importantes;
documentación que se guarda en el Archivo Histórico Nacional.
Ruinas de la iglesia del que fue convento de la orden
carmelita en Lisboa, destruida por el terremoto de 1755. Declarado monumento
nacional es la sede del Museo Arqueológico del Carmen y de la Asociación de
Arqueólogos Portugueses.
Por esta
documentación tenemos noticia de los efectos producidos en la villa de Benavente,
tierras de la Casa Pimentel, representada en aquellos años por Francisco
Alfonso Pimentel y Borja (1707-1763), XIV Conde de Benavente.
El 15 de noviembre
de 1755 Manuel Gareza Pescador, Alcalde Mayor de la villa, da contestación a la
carta orden remitida por el Ilmo. Sr. D. Diego de Rojas y Conteras, gobernador
del Real Consejo de Castilla, jesuita y por entonces Obispo de Cartagena, cuyo
contenido viene a decir:
Que el día uno con
una mañana apacible y de sol, hacia las 9,45, sin señal alguna, se produjo de
forma repentina un fuerte terremoto que hizo salir a los vecinos a las calles y
plazas en multitudinario temor. Hasta los enfermos abandonaron sus casas como
pudieron. Los templos y sus capiteles se bamboleaban con tal violencia que las
campanas del famoso reloj, de tamaño y peso considerable, tocaron a la vez. Los
asistentes a los Oficios de Todos los Santos abandonaron los templos para
ponerse a salvo del peligro que les amenazaba y los sacerdotes detuvieron la
celebración de la misa saliendo a la calle con las vestiduras. Los ríos Esla y
Órbigo que rodean la villa, se salieron de madre, despidiendo las barcas que
hay en ellos para navegar. El terremoto tuvo una duración de siete a ocho
minutos, produciéndose una pequeña replica de dos minutos de duración a las
9,45 h. de esa noche (doce horas después). Este terremoto no ocasiono desgracia
alguna en personas, casas y edificios.
Cabildo
eclesiástico y Ayuntamiento acordaron realizar rogativas públicas, que se
ejecutaron con gran devoción, como acción de gracia por haber librado a la
villa y a sus vecinos de las calamidades que pudo haber producido el terremoto.
Haciendo
referencia a las rogativas que se organizaron encontramos dos acuerdos tomados
por los Sres. Justicia y Regimiento de la villa reunidos en la Sala Capitular del
Ayuntamiento (en aquellos años el Consistorio se encontraba en el Corrillo de
San Nicolás, pues el edificio actual es de mediados del s. XIX). De ambos
acuerdos fechados el 4 y 8 de noviembre de 1755 levantó acta y dio fe de lo
tratado el escribano Thomas Ponce de León. En la primera reunión se propuso
sacar en rogativa a la Virgen de la Soledad, pero alguna diferencia con el
Cabildo de San Vicente hizo que en una segunda propuesta fuera la imagen de la
Virgen del Carmen.
Así reza en el
acta del 8 de noviembre de 1755:
“…y para que tenga
efecto e ebitar de toda discordia, y que se execute según esta acordado,
determinaron los dichos Señores que en lugar de sacar a dicha nuestra Señora de
la Soledad, se saque a Maria Santisima de el Carmen, que se halla sita en la
iglesia Parrochial de San Andres.”
Esta imagen de
Nuestra Señora del Carmen a la que se hace referencia y que desde 1675 cuenta
con una cofradía para mayor honra y gloria de la Madre del Carmelo, está
actualmente depositada en dependencias de la iglesia del Carmen de Renueva como
parte del patrimonio histórico-artístico de las desaparecidas iglesias de la
Parroquia de Renueva. Se trata de una talla del s. XVII a tamaño natural y de
peso considerable en madera de nogal policromada que, con buen criterio, se
pretende restaurar dado el valor artístico atribuido por los técnicos
restauradores a primera vista; la cabeza se cubre con un blanco manto del que
sobresale una larga melena que cae sobre los hombros; la rigidez expresiva del rostro de la madre
contrasta con la viveza y alegría del Niño que nos trasmite la sensación de
querer escapar del brazo derecho sobre el que se apoya; en el brazo izquierdo
cuelga un escapulario símbolo de la entrega hecha al carmelita Simón Stock.
Sobre su cabeza descansa una corona imperial de doce estrellas (le falta alguna
por el deterioro de los años) en latón con baño de oro; a los pies de la imagen
tres cabezas de angelitos completan la talla.
Esta primera
imagen de la Virgen del Carmen fue sustituida hacia 1875 por la que actualmente
recibe culto, obra del imaginero zamorano Ramón Álvarez Moretón y donada por
Diego Pascual Oliveros, en aquellos años Alcalde Mayor de la cofradía.
Imagen de la Virgen del Carmen, talla del s.
XVII
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