Cuando la vela de la vida se apaga.
Cuando el sol se oculta tras la montaña.
Ahí estas Tu.
Lo material será polvo, pero el espíritu
encontrara el descanso y la paz de lo eterno.
En este mundo en que vivimos zarandeado,
como hoja al viento, por el materialismo, situaciones de pobreza, desarraigo,
terrorismo descontrolado; crisis humanas y económicas que afectan a lo personal
y colectivo; nuestra razón nos dice que todo tiene un principio y un fin, que
los ojos que un día se abrieron al mundo y a la vida se cerraran con la muerte
en algún momento.
Pero cuando esto sucede con
alguna persona que conocemos, con las que a diario nos cruzamos o con la que compartimos dichas y desdichas,
algo se estremece, se resiente en nuestro interior.
Una de estas personas era
Angelita Junquera Santiago, a la que la enfermedad, más que la edad, venció.
En Villaveza de Valverde, donde
nació, vivió con sus padres (Justo y Felicitas), hasta que marcho a Zamora para
formarse como maestra siguiendo la vocación de su madre. En el magisterio
encontró su realización personal y su forma de vida; volviendo al mundo rural
de donde había salido para dedicarse por entero a la formación de niños y
jóvenes, en aquellos años en los que se cumplía el dicho “pasas mas hambre que
un maestro escuela”.
Era de aquellas hornadas de
maestros, que junto al medico y el cura, vivían en los pueblos; no eran
forasteros, eran un vecino mas, que compartían las penas y alegrías de aquellas
gentes.
Ejerció la docencia en varios
pueblos, entre ellos Valdelacasa de Tajo (Cáceres), Tabara (Zamora), para
terminar en Roa de Duero (Burgos), población donde ejercía como juez su tío
José Santiago Seco; aquí permaneció durante 32 años, hasta que le llego la
jubilación y se traslado, en compañía de su tío, a Benavente donde paso sus
últimos años.
Mujer sencilla, humilde, abnegada; no dada a
la alabanza y al cumplido fácil; de su boca no salía una queja o reproche. Pero
si agradecida, delicada, de trato exquisito; piadosa, en la eucaristía
encontraba la paz interior y fuerza para el espíritu.
Quiso devolver a los
desfavorecidos, a los que creía más necesitados, lo que la vida a ella le dio.
Fe de esto pueden dar las muchas misiones y personas anónimas a las que favoreció;
o la importante aportación que hizo al Santuario de la Peregrina de Donado
(pueblo de su madre) cuando en Septiembre de 2011 se incendio.
Que en la persona de Angelita se
vean representadas todas aquellas personas anónimas que día a día, en este
imparable girar de la vida, nos dejan.
Las lagrimas de nuestros ojos se
secaran, pero el recuerdo de todos ellos permanecerá para siempre.
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