De las muchas actividades, oficios o profesiones, a las que
el ser humano ha podido dedicarse a lo largo de su vida, en estas fértiles
tierras de la que fue villa del Reino de León, ocupaban un lugar destacado los
hombres y mujeres que se “afanaban” en el cultivo de pequeñas parcelas de
terreno, sacando de ellas lo mejor que la tierra puede dar. Desde tiempos
remotos, como otros muchos artesanos (carpinteros, sastres, curtidores, zapateros…)
tuvieron la necesidad de agruparse para apoyarse en la necesidad y la adversidad,
surgiendo la cofradía gremial.
Cuando a partir de
mediados del s. XV y el s. XVI proliferaron las cofradías gremiales en el Reino
de Castilla; Benavente cuenta, entre otras muchas, con la de los hortelanos,
esas gentes dedicadas a trabajar las huertas, bajo la protección de arcángel Miguel,
símbolo de la lucha, la justicia y el bien.
Su sede era la iglesia de su nombre, donde recibía culto el
santo patrón; situada junto a la vieja muralla de la villa y cercana al
convento de Santa Clara (lo único que nos recuerda la existencia de iglesia y
convento son los nombres de sus calles y plazas). Con el desmantelamiento de la
iglesia en el s. XVIII (hacia 1785) la cofradía de hortelanos y su patrón pasaron
a San Andrés.
La desamortización
empujo a las cofradías gremiales a la desaparición por la pérdida de los
recursos necesarios para sus fines. Estas antiguas hermandades serán
sustituidas por unas nuevas sociedades encargadas de cumplir los fines humanitarios
de las desaparecidas.
En el caso de los hortelanos de Benavente, en 1883
promovieron una sociedad profesional denominada “Sociedad de Socorros Mutuos de los Hortelanos de Benavente” a fin
de ayudarse en la necesidad, socorrerse en la enfermedad y acompañarse en el
camino a su última morada. Con la creación, por parte de los poderes públicos,
de un sistema de previsión social, esta nueva sociedad perderá su principal
razón de ser, pero el vínculo social, de hermandad y profesión se mantendrá en
el tiempo; celebrándose anualmente la festividad de su patrono, San Miguel, el
29 de septiembre.
Vista parcial de la Vega del
Órbigo desde los jardines de La Mota. En la parte inferior derecha construcción
que fue estación del ferrocarril.
A los pies de ese balcón, que es La Mota sobre el valle del Órbigo, se
extendía una cuadricula de verdes y fértiles minifundios trabajados por
familias enteras que sacaban de sus productivas tierras todo tipo de frutas y verduras.
Día a día. semana tras semana, principalmente en los mercados de los jueves, se
realizaba el trueque de productos por dinero, utilizando como utensilio de peso
“la romana”. Simpática era la estampa de
portales y puertas de las casas de los hortelanos, usados como público escaparate,
para la venta de las más variadas hortalizas y frutas. El desaparecido
ferrocarril y los llamados “cargueros” fueron buenos aliados para la
distribución de los productos de estas huertas a otros lugares.
El
hortelano era fiel al refranero y a las fases de la luna, sabía leer en sus
plantas y en su tierra la meteorología; dos fenómenos de ésta, eran sus
enemigos: las tormentas y “las riadas”. No estaba ocioso a lo largo del año,
desde podar, abonar, arar, sembrar, plantar…, siempre había “corte”; mayores o
pequeños, hombres o mujeres todos los miembros de la unidad familiar estaban implicados
en el trabajo. Al despuntar la primavera los arboles comenzaban a cubrirse con
el blanco de sus flores; en el mes de mayo se ocupaban las humildes casas de
las huertas; con la llegada del otoño y una vez terminada la recolección de los
últimos frutos, se regresaba al caserío de la villa y se preparaba la
festividad del Santo.
Antigua
noria utilizada en las huertas para sacar agua del pozo.
Imprescindible
en los trabajos de la huerta era la azada marca “bellota” y compañero en las
fatigas era el caballo, mula o burro que lo mismo tiraba del arado romano, como
del carro utilizado para “el acarreo”, y dando pausadas e infinitas vueltas
movía la noria, “La Horizontal” fabricación local de F. Cadenas. También
llegaran a la huerta los adelantos del momento, sustituyendo el arado por la
moto-azada o motocultor; la noria por los moto-bombas, primero de petróleo,
gasolina o gasoil y más recientemente eléctricas que facilitaran las técnicas
de riego por pie, aspersión o goteo.
En los
tiempos que la profesión fue numerosa la festividad de su santo patrón, San
Miguel, se celebraba por todo lo alto; se comenzaba la víspera con hogueras en
las huertas; el día de la fiesta se celebraba una misa, de las solemnes, con
sermón y todo. en la iglesia de San Andrés, donde recibía culto el santo; para
continuar con un refrigerio de hermandad, todo ello acompañado por la música de
la dulzaina; terminando el día con animada verbena.
La falta de
relevo generacional y la comercialización de la lechuga en bolsa y la fruta
envasada producida, en el mejor de los casos, en Levante o en “el mar de
plástico almeriense” han ido mermando esta secular profesión de artesanos de la
tierra, este gremio de hortelanos. El vivo verdor de las huertas se ha
marchitado, quedando como único testigo de aquel pasado, la imagen de su
arcángel Miguel, hoy en la iglesia de Nuestra Señora del Carmen.
Imagen de San Miguel,
patrón de los hortelanos, que se conserva en la iglesia del Carmen.
Antiguo retablo de
San Miguel en la que fue iglesia de San Andrés. Actualmente en paradero
desconocido.
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